jueves, 30 de octubre de 2008

LOS CASTILLOS


Término procedente de la palabra latina castellum, que significa ´fuerte´, el cual a su vez es un diminutivo del vocablo -también latino- castra, que designaba al ´campamento militar fortificado´. El castillo es un lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes y fosos, construido casi siempre en un lugar dominante, para la defensa de pueblos o comarcas, o simplemente del señor que vivía en él. En otras ocasiones, los castillos también se edificaban dentro de los núcleos urbanos, dominando así, desde su parte alta, la villa, la cual solía estar también amurallada, formando todo un conjunto defensivo, donde sobresalía el castillo.

Aunque el origen de estas fortalezas se remonta a los tiempos más primitivos de la historia del hombre, los primeros precedentes de la arquitectura castrense se hallan claramente en las fortificaciones de la antigüedad clásica. En estos primeros castillos se alojaban los caudillos y las imágenes de sus dioses y objetos sagrados, lo que confería a estas construcciones un doble sentido: militar y religioso. Al amparo de estos castillos se fueron conformando los diferentes núcleos de población, que con el tiempo constituyeron las primeras ciudades de importancia, tales como Tirinto, Atenas, Tebas, Corinto, Troya, Nicomedia... Para la construcción de estos castillos se requería un terreno elevado, pero cuando éste no ofrecía elevaciones naturales se creaban artificialmente, amontonando tierras y formando grandes terraplenes de hasta veinticinco metros de altura. Las murallas no eran muy altas, por lo que su eficacia defensiva no era la idónea. Por encima de las murallas se construían una serie de torres almenadas desde donde se podía hacer frente al enemigo una vez que éste ya hubiera traspasado las murallas. El foso, muy común en los castillos medievales, sólo se construía en aquellos castillos situados en un llano. Los romanos establecieron a lo largo del limes (frontera) todo un sistema de campamentos militares permanentes. A partir del siglo III d.C. las incursiones bárbaras fueron aumentando considerablemente, por lo que las guarniciones romanas tuvieron que prepararse para resistir los continuos ataques de los pueblos del norte sin poder contar con refuerzos. Debido a esto, los campamentos militares se reforzaron sobremanera, surgiendo así los llamados castillos fronterizos, los cuales sirvieron de modelo para los posteriores castillos medievales. Actualmente las condiciones de conservación de los castillos de la época romana no son óptimas. Sin embargo, sus ruinas permiten concluir que tenían forma regular, eran construidos con piedra y estaban dominados por una torre principal coronada de almenas.
La auténtica edad de oro de los castillos fue, sin lugar a dudas, la Edad Media; destaca sobre todo el período correspondiente al florecimiento del feudalismo. En un principio abundaron las defensas de madera, construidas a base de empalizadas, pero, a medida que se implantaba el sistema feudal, estos castillos se fueron construyendo con piedra, puesto que su finalidad era totalmente militar. El derecho a tener un castillo, con murallas, torre y foso era, en principio, muy limitado y constituía un privilegio que tan sólo concedía el monarca a los más altos dignatarios del reino, ya fueran parientes, alta nobleza o colaboradores próximos. En Francia, desde el año 960, la nobleza logró arrancar al rey la autorización para levantar estas fortalezas, de tal modo que hacia el siglo XIV había construidos unos cuarenta mil; muchos de ellos no pasaban de ser meras torres defensivas.
El castillo medieval fue producto de una evolución constante a partir de unos elementos esenciales, que eran la torre y la muralla. En un primer momento, solía construirse una simple torre rodeada por un cerca defensiva.
Paulatinamente, esa cerca era sustituida por una muralla mucho más complicada y con mejores materiales. El foso se hizo más general en la construcción de los nuevos castillos, a la par que la torre se ensanchaba. La torre principal, llamada torre del homenaje, era la residencia señorial y el símbolo del poder del castillo, a la vez que también era el reducto más fortificado y difícil de conquistar en un presumible ataque del enemigo. La muralla formaba una recinto exterior cerrado y continuo que protegía a las diferentes torres. A la muralla se le adosaron torres (cilíndricas, cuadradas, etc), que aseguraban una defensa más efectiva del castillo y posibilitaba una gran capacidad de tiro a sus defensores. Con bastante frecuencia, el exterior del muro era rodeado con un foso, natural o artificial, el cual sólo podía salvarse con un puente levadizo. Los diferentes accesos al castillo solían estar flanqueados de peines y torreones, con portales cerrados con rastrillos. Sobre la muralla, coronada de almenas, barbacanas y matacanes, corría el adarve, que era un pasillo por el que podían circular los defensores y dominar todo el perímetro externo de la muralla. Frecuentemente hubo también un paso subterráneo que daba salida al campo y que se usaba para las ocasiones más extremas de un asedio. En el interior del recinto, a medida que las necesidades se sucedían, se construyeron las diversas dependencias; no faltaban cisternas para recoger el agua, los almacenes para guardar el grano y los diferentes víveres, la capilla, el aula mayor, la sala de recepciones, las caballerizas y dependencias de los vasallos, etc. Muchos castillos eran verdaderos centros de autosuficiencia, lo mismo que sucedía con los monasterios más grandes e importantes.
Los castillos fueron auténticas fortalezas inexpugnables. Pero a partir del siglo XIII, la fisonomía de estos castillos empezó a variar gracias, sobre todo, a la mejora en el armamento ofensivo empleado para los ataques, concretamente las armas de fuego. Con la aparición de la artillería militar se podían abrir brechas importantes en las débiles murallas de los castillos. Por otra parte, en estos siglos, se produjo un paulatino robustecimiento del poder regio que tendió a suprimir esa profusión de fortalezas que sólo podían servir para favorecer el desarrollo de facciones y grupos de nobles descontentos con el poder real. La posterior consecuencia de todo esto fue la paulatina desaparición de los castillos. Además, dentro de la nobleza se produjo un afán por conseguir una vida más cómoda y suntuosa, por lo que se concedió más importancia a las partes residenciales del castillo. Como consecuencia éste se convirtió en castillo-palacio y perdió su primigenia función defensiva y militar. A partir del siglo XVI, el declive del castillo ya era evidente, quedó sustituido por el "fuerte" moderno.
Las particularidades antes citadas y las diferentes exigencias dispuestas por el terreno favorecen la gran diversidad de tipos de castillos y dificultan una mínima clasificación que pudiera abarcarlos a todos.
En la península hispana, gracias a los siglos de permanente presencia islámica, se impusieron los términos de alcazaba, alcázar y zuda para referirse a estas fortalezas. La primera era utilizada para referirse a la gran fortaleza endosada en la parte más alta de una ciudad. El segundo vocablo se refería al palacio principesco, mientras que la zuda era una alcazaba urbana. Más tarde, también se designó a los castillos con el término de fortaleza, sobre todo para referirse a las construcciones con un marcado sentido militar. De todas formas, debido a las peculiares circunstancias históricas, ya desde el siglo IX hubo una gran variedad de influencias en la construcción de los castillos. La época de apogeo de éstos se dio entre los años 1000 a 1500.
Castillo de Loarre (Huesca).
Los castillos de la Marca Hispánica, y sobre todo los pirenaicos, respondían a la tipología francesa, como por ejemplo los de Mur y Lluça, ambos del siglo XI. También se difundieron pródigamente las fortificaciones musulmanas en Andalucía, influidas por las fortalezas de tipo bizantino. Las diversas etapas de la Reconquista dieron lugar al establecimiento de verdaderas líneas de castillos que se iban erigiendo a medida que se avanzaba territorialmente hacia el sur. La Corona de Aragón, en sus múltiples empresas mediterráneas, construyó castillos en Sicilia, Apulia, Chipre e incluso Grecia. Pero fue en la Corona de Castilla (de la gran profusión de castillos le viene el nombre), donde se levantaron los castillos más grandiosos y de mayor valor artístico, sobre todo por la decoración de sus interiores a cargo de artistas mudéjares: Coca, la Mota, alcázar de Segovia, etc.
En cuanto a los musulmanes dejaron como ejemplo supremo de su maestría y refinamiento, todo un sorprendente conjunto de patios, salas, jardines y fuentes que se extendieron por los muros interiores de sus alcázares y alcazabas. Baste como ejemplo la suntuosa y refinada construcción que levantaron en la Granada de los nazaríes: la Alhambra.
Los motivos para levantar castillos se pueden resumir en tres fundamentalmente. Por un lado estaban los deseos imperialistas de los señores, querían tener controlado el territorio que se iba reconquistando a los musulmanes. El segundo motivo respondía a aspectos puramente defensivos y de seguridad, ya que las fronteras eran excesivamente móviles e inseguras. Y por último, el factor de prestigio, ya que estos castillos pertenecían a la alta nobleza de los reinos cristianos, desde donde imponía su dominio jurisdiccional sobre los vasallos.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Los pueblos bárbaros

La presencia de los bárbaros (extranjeros) en el imperio romano no fue intempestiva sino gradual. Comenzaron a infiltrarse a partir del siglo III, dedicándose a tareas agrícolas o participando del ejército. Ya en el siglo V, se produjo su ingreso masivo.
Los germanos provenían del norte y del este de Europa, de zonas no aptas para el cultivo, y fueron denominados bárbaros por los romanos por sus costumbres rústicas y primitivas.

Estos pueblos germanos, se regían por sus propias leyes, de acuerdo al derecho de gentes (Los romanos poseían un derecho civil para sus ciudadanos y uno de gentes, para los extranjeros). Tenían sus propios jefes y conservaban sus costumbres, no hablaban latín y eran paganos.
En el siglo V, los hunos, pueblo asiático de origen mongol, caracterizados por su espíritu violento, liderados por Atila, irrumpieron en el imperio romano y junto a ellos se incorporaron los germanos, que escapando de los hunos, aprovecharon la debilidad del Imperio Romano de Occidente para desplazar a sus autoridades y asumir el poder.
Los germanos, sobre todo los godos, obtuvieron permiso para ingresar al imperio, con el fin de actuar como barrera contra la invasión de los hunos. Así probaron la superioridad de sus fuerzas por sobre las romanas, lo que alentó la toma del mando.
En el año 476, Odoacro, rey visigodo, fue proclamado rey de Roma, lo que significó la disolución definitiva del imperio romano de occidente.

Cada uno de estos pueblos se estableció en sectores diferentes del imperio romano de occidente, formando pequeños reinos, llamados Reinos Romano Germánicos.
Entre los pueblos germanos invasores encontramos a los godos, divididos en visigodos, en occidente y los ostrogodos, en oriente. Los francos, los suevos, los burgundios, los anglos, los sajones y los jutos, los vándalos, los alanos y los alamanes, constituían el resto de los pueblos.
Los vándalos arrasaron las Galias, pasaron por Hispania, se dirigieron al norte de África, conquistaron Cartago, y desde su puerto se dedicaron a la piratería, asolando el Mediterráneo.
Los ostrogodos detentaron el poder, con la asunción de Teodorico, que mató a Odoacro.
Los visigodos debieron retirarse de Italia, dirigiéndose al oeste, estableciendo su gobierno en el sur de la región y en casi toda Hispania.
Los francos su ubicaron en el norte de las Galias, adoptando la fe católica tradicional, convirtiéndose en los defensores radicales de la cristiandad.
Los sajones, aliados con los anglos y los jutos se instalaron en Britania, con costumbres muy diferentes a las romanas.
Salvo estos casos aislados, la mayoría eran respetuosos de la cultura romana, y produjeron la fusión de las costumbres romanas con las propias. La aristocracia germana comenzó a utilizar como su idioma el latín, que luego modificado, dio lugar a las lenguas romances.
La religión que hubiera podido ser un elemento conflictivo en la relación de los invasores con los pueblos autóctonos, se transformó en un factor de unidad al aceptar la mayoría de los reinos la religión católica.
Los visigodos abandonaron el arrianismo, religión cristiana no reconocida por la iglesia católica, para aceptar esta última en el siglo VI, bajo el reinado de Recaredo y los francos rechazaron el paganismo a fines del siglo V, durante el reinado Clodoveo. Así la iglesia católica, lejos de debilitarse cobró un inmenso poder.
Se produjo la ruralización de la economía, la monarquía se transformó en hereditaria y se cambió el concepto de ciudadano por el de fidelidad personal, que significaba, un acuerdo personal de ayuda mutua y una relación de mando y obediencia entre quienes la establecían, por ejemplo: entre el jefe y sus guerreros o entre propietarios y campesinos. Esto originó el sistema feudal.
Adoptaron la ley escrita, según la modalidad romana, ya que ellos se regían por el derecho consuetudinario (costumbres).

Los germanos aceptaron el sistema de la personalidad de la ley, por la cual cada uno debía ser juzgado por sus propias leyes. Los romanos, carecían de normas, ya que Roma ya no existía y por eso, tuvieron que redactarse las que los regirían en lo sucesivo.
Teodorico, rey de los ostrogodos, redactó la primera colección de leyes, en el año 500, conocida como el Edicto de Teodorico, para godos y romanos, siendo una excepción al referido principio de personalidad de las leyes. Estaba compuesta de ciento cincuenta y cuatro artículos basados en resúmenes de fuentes romanas.
Los burgundios, establecidos en la Francia oriental, promulgaron a principios del siglo VI, bajo el reinado de Gundebardo, la Ley Romana de los Burgundios, destinadas sólo a los romanos, basándose también en las normas romanas. Fue reemplazada en el año 534 por el Breviario de Alarico.
El Breviario de Alarico o Lex Romana Visigothorum, fue obra del rey visigodo Alarico II, es la más perfecta de las leyes romano-bárbaras, y data del año 506, redactada directamente por juristas romanos.

Los Hunos
Este pueblo de pastores mongoles, de pequeña talla, pero robustos, de costumbres nómades, y muy rudimentarias, organizados en tribus, provenían de las estepas del continente asiático, al norte del mar Negro (región del macizo de Altai) de donde habían tenido que emigrar por la expansión china.

De entre los pueblos que los romanos llamaron bárbaros, fueron los de más primitivas costumbres, tapándose el cuerpo con pieles, alimentándose de raíces, de la caza de animales y frutos silvestres, usando caballos para su traslado, a los que dotaron de estribos, aprendido su uso de los chinos. A su paso arrasaban las poblaciones con espadas rectas, lanzas, lazos, con los que ahorcaban a los enemigos cuando lograban enlazarlos, lanzas y flechas, que partían de arcos compuestos, que les permitían atacar desde varias direcciones.
Atravesaron el río Tanais (actual Don) que los separaba del continente europeo, y en su huida, arremetieron hacia el oeste contra los alanos. En el año 370, vencieron a los ostrogodos, cuyo rey anciano, Hermanerico, se suicidó, y su pueblo quedó sometido a los hunos, aunque con cierta autonomía, mediante pago de tributo. Seis años más tarde, los visigodos, fueron presa de los hunos, cuyo monarca Atanarico, debió retirarse al sur.

Los visigodos, en el año 376, ante el avance de los hunos solicitaron la protección al emperador romano de oriente, Valente, quien los admitió en el imperio con el fin de engrosar su ejército. Se rebelaron contra él en el año 378, lo que originó mucha confusión en el imperio. Esto fue aprovechado por los hunos, cuyo rey Rua, los atacó logrando firmar la paz con el emperador Teodosio II, a cambio del pago de tributo.
Se establecieron en las llanuras de Hungría al norte del río Danubio, aproximadamente en el año 420.

Su líder Rua o Rugila, falleció en el año 434, siendo sucedido por sus dos sobrinos, Atila y Bleda, quienes durante cinco años lograron dominar a los persas, hasta ser vencidos cuando intentaron apoderarse de Armenia. Asolaron a otros pueblos bárbaros entre los cuales se hallaban los burgundios, sajones, francos, jutos y anglos, que debieron buscar otro sitio de residencia, dirigiéndose hacia el Imperio Romano de Occidente.
Realizaron un pacto con los romanos de occidente, para oponerse a los pueblos germanos que residían en el centro de Europa. Apoyaron al emperador Honorio, a mantener el imperio que sufría una aguda crisis, y también al usurpador Juan y combatieron juntos, hunos y romanos, contra los visigodos alrededor del año 439.
En el año 445, Atila, fue el único rey de los hunos cuando su hermano murió, tal vez asesinado por el propio Atila.

Durante el gobierno de Teodosio II, el Imperio romano de Oriente tuvo que afrontar la toma por los hunos, de Margus, Sirmium, Naissus y Filipópolis. En el año 447, los embates recrudecieron, hasta que los romanos pactaron mayores tributos, y se retiraron de la zona del Danubio.
Pretendió nuevamente apoderase de Bizancio, ahora bajo el dominio de Marciano, desde el 450, luego de la muerte de Teodosio II, pues el nuevo mandatario suspendió la entrega de tributos a los hunos, acordada por su antecesor. En el 451, se llegó a un acuerdo con la Corte de Constantinopla.

Cuando promediaba el siglo V, el avance de este pueblo belicoso, de aproximadamente 500.000 personas, liderado por Atila, cruzó el río Rin con rumbo hacia el oeste, luego de su acuerdo con la Corte de Constantinopla, en el año 451, sembrando pánico en los poblados por donde transitaban, hasta que llegaron a Orleans, donde los esperaba un ejército de galos y romanos, al mando de Aecio. En la batalla que se libró entre ambos contendientes, teniendo como escenario los Campos Cataláunicos, los hunos sufrieron una gran derrota, frente a los romanos que luchaban apoyados por visigodos y burgundios, perdiendo cerca de 200.000 guerreros.

Los hunos se dirigieron a la Galia, saqueando Aquileya, Milán y Ticinum, para luego invadir Italia. Es un enigma el por qué no ingresaron a Roma. Algunos autores se inclinan a defender la tesis de que fue el Papa León I, como miembro de la embajada, en el año 452, el que les peticionó que se retiraran, y otra, es que se alejaron por una plaga que se había hecho muy mortífera en ese lugar.

Atila falleció en el año 453 y su legado fue un poderoso imperio, que en un principio, situado en el este de Europa, en la llanura de Hungría, cuya capital era la lujosa ciudad de Panonia, que Teodosio II les había cedido, sobre el río Tisza, llegó a extenderse desde los Montes Urales rusos hasta el río Rin, francés. Su deceso puso fin a la expansión de los hititas, que sin su jefe carismático, que dejó descendientes que solo supieron pelear entre ellos por el poder, quedaron a merced de otros pueblos bárbaros.